top of page
Buscar

El lenguaje moldea nuestra forma de pensar y sentir: resignificar para transformar

  • Foto del escritor: Inlaza
    Inlaza
  • 7 nov
  • 3 Min. de lectura

Actualizado: 10 nov


Las palabras no son neutras. Cada frase que pronunciamos, pensamos o callamos tiene un impacto directo sobre nuestra mente y nuestras emociones. El lenguaje que usamos para describirnos, juzgarnos o comprender lo que nos ocurre configura la forma en que percibimos la realidad y, por lo tanto, la manera en que nos relacionamos con nosotros mismos.


Decir “tengo que hacerlo perfecto” no genera la misma respuesta interna que “voy a hacerlo lo mejor que pueda hoy”. Lo primero activa la exigencia; lo segundo, la conciencia y la compasión. Ese pequeño cambio lingüístico puede modificar no solo el pensamiento, sino también la emoción, la conducta y hasta la fisiología del cuerpo.


El poder del lenguaje en la mente


Diversas corrientes psicológicas y neurocientíficas han demostrado que el lenguaje no solo refleja el pensamiento, sino que también lo modela. La hipótesis de la relatividad lingüística (Sapir-Whorf) sostiene que la estructura de un idioma influye en la forma en que sus hablantes perciben y conceptualizan el mundo.


A nivel psicológico, esto se traduce en lo siguiente: las palabras que usamos activan patrones mentales y emocionales específicos. Por ejemplo:


  • Si solemos decir “soy un desastre”, el cerebro interpreta esa frase como una afirmación de identidad, reforzando la autocrítica y el malestar.

  • En cambio, decir “hoy no me salió como esperaba” acota el error a una situación puntual, sin convertirlo en una característica personal.


Este cambio semántico genera una diferencia emocional enorme. La primera frase produce vergüenza o culpa; la segunda, apertura al aprendizaje.


El diálogo interno: el lenguaje más influyente


Cada persona mantiene una conversación constante consigo misma. Ese diálogo interno es, en muchos casos, la voz internalizada de la exigencia, la crítica o la comparación. Lo que alguna vez fue una forma de autocontrol puede transformarse en una fuente de sufrimiento.


En psicología cognitiva se entiende que los pensamientos automáticos. Especialmente los autocríticos tienen poder sobre el estado emocional. Sin embargo, el objetivo terapéutico no es eliminar esos pensamientos, sino identificarlos, cuestionarlos y resignificarlos.


Resignificar significa ofrecerle un nuevo sentido a lo que pensamos o sentimos. No se trata de negar el malestar, sino de ampliar la mirada: ver el mismo hecho desde una perspectiva más compasiva y consciente.


Resignificar no es optimismo vacío


Es importante distinguir entre resignificar y “positivizar”. Resignificar no consiste en negar la realidad con frases como “todo pasa por algo” o “hay que pensar en positivo”. Ese tipo de optimismo forzado anula la experiencia emocional y desconecta a la persona de su propio proceso.


Resignificar, en cambio, implica comprender la experiencia desde un lugar diferente, integrando la emoción en lugar de rechazarla. Supone pasar de la exigencia (“no puedo fallar”) a la conciencia (“entiendo por qué me duele fallar y qué necesito cuidar de mí”).


En ese cambio de lenguaje hay una transformación profunda:

  • De la culpa al reconocimiento.

  • Del control al entendimiento.

  • De la autoexigencia al autocuidado.


Resignificar es, en esencia, transformar la dureza en consciencia.


La neurociencia del lenguaje y la emoción


El vínculo entre lenguaje y emoción tiene una base biológica. Cada palabra que usamos activa redes neuronales asociadas a la memoria, la emoción y la acción.


Estudios en neuroimagen (Lieberman et al., 2007) muestran que nombrar una emoción reduce su intensidad fisiológica al activar la corteza prefrontal —la región encargada de la autorregulación— y disminuir la activación de la amígdala, el centro cerebral del miedo y la alarma.


En otras palabras, las palabras pueden calmar el cuerpo. Decir “estoy ansiosa” no aumenta la ansiedad: permite que el sistema nervioso la reconozca y se reorganice.


Cuando modificamos el lenguaje interno, modificamos también las rutas neuronales que usamos para interpretar la realidad. Con el tiempo, ese nuevo lenguaje se convierte en una nueva forma de estar en el mundo.


Lenguaje, identidad y autocuidado


Cada palabra que elegimos es una forma de construir identidad. Si el diálogo interno está cargado de exigencia, vergüenza o desvalorización, el sentido del yo se vuelve frágil y condicionado. En cambio, un lenguaje consciente fortalece la identidad desde la aceptación.


El cambio empieza con una práctica simple: observar cómo nos hablamos. Detectar las frases automáticas, reconocer su función y elegir conscientemente otras palabras. No para fingir bienestar, sino para cuidar la forma en que nos tratamos.


Resignificar NO es optimismo vacío: es reconocer el dolor sin quedarnos atrapados en él. Es darle un nuevo sentido a lo vivido, uno que no nace del juicio sino de la comprensión.


En Inlaza, acompañamos a las personas en ese proceso de cambio interior, donde la palabra se convierte en herramienta de consciencia, y el lenguaje por fin deja de herir para empezar a sanar.


lenguaje y emociones el dialogo interno

 
 
 
bottom of page